El comportamiento humano
depende de muchos factores que intentaremos alinear en los siguientes ítemes:
1 - El grado de evolución
del ser en sentido general.
2 - Las diferencias de grado
evolutivo, de cada ser, en las diferentes áreas de las facultades humanas. Por
ejemplo: inteligencia, moralidad, afectividad, ingenio, responsabilidad,
sensibilidad, ideales, practicidad, integralidad (en el sentido de integración
en la realidad), materialidad y espiritualidad.
3 - Hereditariedad genética.
4 - Herencias de
encarnaciones anteriores.
5 - Condiciones de la
encarnación actual (medio en que nació y creció, educación, profesiones, etc.).
6 - Enfermedades actuales,
situaciones financieras difíciles o buenas, vicios adquiridos y así
sucesivamente.
En estos ítems esbozados,
podemos ver cómo es de variado el cuadro determinante del comportamiento
humano, tornándose difícil la elaboración de un esquema, universalmente
aplicable. De ese hecho se valen los corifeos de la Psicología y de la
Psiquiatría Libertina para contestar los patrones de normalidad del
comportamiento humano e incluir en las fajas de normalidad los procesos
anormales verificados en la Historia de las Civilizaciones y considerados, en
épocas pasadas, como normales. Alegando la imposibilidad de una clasificación
precisa de lo normal y de lo anormal, consiguen impresionar a las criaturas
ingenuas o desprevenidas, que terminan conformándose con sus anormalidades,
entregándose a las garras insaciables del parasitismo o del vampirismo. Vidas
que podrían ser nobles, dignas, provechosas, se vuelven vergonzosas e inútiles,
y lo que es peor, sirviendo solo de ejemplos negativos, estimulantes de
capitulaciones desastrosas. Familias enteras son afectadas a veces por esos
desastres morales de profunda repercusión.
El homosexualismo, en los
dos sexos, por su intensidad en las civilizaciones antiguas y su reviviscencia
brutal en nuestro tiempo, es la más grave de esas anormalidades que hoy se
pretende declarar normales. Y es precisamente ese campo, el más pretendido por
el vampirismo - desde los íncubos y súcubos de la Edad Media hasta nuestros
días -, que inciden hoy en los disparates criminales de los libertinos
diplomados.
La misma palabra normal,
teniendo varios sentidos, ofrece margen a interpretaciones ambiguas. Aunque en
el plano cultural no se justifica la extensión de la ambigüedad, común del
lenguaje popular, a los conceptos filosóficos y científicos claramente definidos.
Examinando el término en sus diferentes significados, a partir de sus orígenes
latinos, los filósofos definieron la palabra normal, designando situaciones
naturales y habituales en una determinada especie, a lo largo de las
civilizaciones. Viniendo de norma, el adjetivo normal significa regla, modelo,
y así es aplicado en todas las lenguas. Durkheim le dio mayor precisión al
recordar que solo se vuelve normal lo que es bueno y justo.
Hay dos criterios seguros
para definir la normalidad de los hechos: el cuantitativo, que se funda
estadísticamente en la mayoría, y lo cualitativo, que se basa en la cualidad o
valor de los hechos dentro de un contexto determinado. A través de ese concepto
llegamos a la equivalencia de lo normal con lo natural, lo que corresponde a
las exigencias naturales y por tanto necesarias de las cosas y de los hechos
referentes a una especie o al conjunto de las diferentes especies en
determinado plano.
En todas las especies:
minerales, vegetales, animales, y con plena consciencia, en la especie humana,
el criterio teleológico referente a la finalidad, lo normal es lo que se
encuadra en la definición de Durkheim o sea, lo que es bueno y justo. Lo bueno
y lo justo corresponden a finalidades claras y evidentes. La finalidad genética
del sexo define de manera irrevocable su normalidad. Toda práctica sexual que
no corresponda a su finalidad al mismo tiempo equilibradora, productora y
reproductora del organismo humano es anormal, acusando disfunciones y desvíos
mórbidos en el individuo y en el grupo social. Cualquier justificación de esas
anormalidades no pasa de sofisma atentatorio de la misma existencia de la
especie. El crimen cometido por los que utilizan esos sofismas para disimular
su incapacidad profesional es el de traición a la verdad, a la ética
profesional e individual, a la moral social, a la dignidad humana, a las
exigencias de la consciencia, culminando, por extensión a la humanidad, en
genocidio.
No estamos exagerando, los
recientes desvaríos de un psiquiatra lo llevó a considerar la práctica
homosexual como un posible medio de control de la natalidad. La Nación que
aceptase esta tesis estaría cometiendo el crimen de deshonrarse a sí misma, de
la condenación sumaria de sus ciudadanos a la desvirilización y a la indignidad
más abyecta. Todos los valores humanos serían reducidos al lodo de los
chiqueros, ante los hombres transformados en puercos por la Circe moderna de la Psiquiatría demente. La varita
mágica de la Circe de Ulises, en el poema homérico, seria transformada en la
bomba de neutrones del genocidio cobarde de los físicos inconscientes, de esta
hora amarga del mundo.
El comportamiento humano fue
profundamente sacudido y en gran parte subvertido por las rápidas
transformaciones de este siglo en todos los sectores vitales, pero los
fundamentos conciénciales de ese comportamiento no se afectaron ni se
subvirtieron. La conciencia humana define lo humano, es ella la que caracteriza
al hombre como poder y como ser. Por lo tanto, ella y solo ella, sustenta y
garantiza la uniformidad del comportamiento humano en todo el planeta. Las
variaciones derivadas de las condiciones raciales, de tradiciones, de
estructuras políticas, sociales y económicas son solo de superestructuras,
prácticamente superficiales. El gánster, la prostituta, el ladrón, el asesino
profesional, el hombre de bien y el santo, poseen todos el mismo tipo de
conciencia y por eso son siempre reconocidos, en todas partes, como seres
humanos. Un hombre cruel y un hombre santo, son ambos hombres, con los mismos derechos
y los mismos deberes. El comportamiento de ambos es profundamente diverso, pero
su esencia es la misma. En el santo existe la tendencia al bien y en el cruel
la tendencia al mal. Ambos están sujetos a transformarse en lo contrario, a
veces por motivos insignificantes, que no justifican el cambio. El mal y el
bien son potencias del espíritu que pueden actuar, desarrollarse y
actualizarse. El secreto de la conversión y la reversión duerme en los
recovecos del inconsciente, en ese archivo sumergido de las experiencias
anteriores en que las emociones más intensas y los impulsos más vigorosos
esperan solo un toque, un pequeño motivo para elevarse en confusión a la
superficie de la conciencia. Esta permeabilidad aterradora, no obstante, es la
garantía de la libertad, el libre-arbitrio es el tribunal de la conciencia, que
como todos los tribunales dispone de recursos para contener y repeler las
invasiones peligrosas, pero también de suficiente debilidad para capitular ante
el primer asalto de las fuerzas deletéreas. La Corte Suprema es la Conciencia
en sí, inflexible en sus exigencias y siempre dispuesta a castigar rígidamente
a los tránsfugas y a los cobardes. El hombre honesto comete una infracción y
siente inmediatamente la reprobación de la Conciencia. Si la acata y procura
reequilibrarse, recibe la ayuda de los poderes conciénciales y se sitúa en la
línea recta del buen y justo comportamiento. Si luego se rinde y disfruta de la
alegría ilusoria del mal, cae en el lodo de sus instintos y sufrirá mucho antes
de recuperarse. Puede que se haya perdido por siglos y milenios, pero nunca se
perderá definitivamente. Por eso Papini, en "El Diablo" sostuvo, para escándalo del medio católico y del
Vaticano, la posibilidad de la Conversión del Diablo, y Teilhard de Chardin, el
teólogo, afirmó que el condenado no es expulsado jamás del Pleroma (El Cuerpo
Místico de Dios) sino que será expulsado solo para la fimbria del Pleroma,
desde donde un día podrá volver a su lugar vacío. La Conciencia no desfallece
ni muere, permanece siempre vigilante y actuante. Por eso la vida del condenado
se convierte en un infierno, espoleándolo sin cesar hacia los caminos del
retorno. Los que creen en condenaciones eternas no conocen esa mecánica divina
que Pitágoras adoptó en la simbología de la Metempsicosis. Y fue por eso que el
Cristo declaró que ninguna de sus ovejas
se perdería, ni Judas por la traición, ni Pedro por la debilidad de la
negación, ni la Magdalena por su entrega a los delirios sensoriales.
Pero si no hay condenación
eterna, hay formas variables de la condenación temporal, siempre cargadas de
sufrimiento, desesperación y angustia.
Aquellos que se pierden en
los caminos de la evolución, presas de rebelión insensata y angustias
profundas, desajustados en su irreductible condición humana, siempre intentan
construir su propio imperio y llevar hacia él sus afectos y desafectos. La
figura simbólica del Diablo, existente en todas las religiones simbologistas,
representa al Vampiro insaciable, siempre insatisfizo, cazando las almas de
Dios hacia los reductos de las tinieblas.
Sin embargo, el vampirismo
es solo un fenómeno de simbiosis, que ocurre tanto entre los encarnados, como
entre los desencarnados. Ante las protestas amenazadoras y escandalizadoras de
la Iglesia, que consideraba la comunicación mediúmnica como una profanación de
los misterios de la muerte, Kardec respondía explicando que los hombres son
espíritus aprisionados en un cuerpo carnal y los espíritus comunicantes son
espíritus libres. De la misma manera — añadía — que así como un hombre en
libertad puede conversar con un presidiario a través de las rejas, los
espíritus libres pueden conversar con los espíritus prisioneros en un cuerpo
carnal a través de las rejas de los sentidos. La mediúmnidad no es más que eso.
Los espíritus se comunican, de manera natural e incluso es lo habitual,
sirviéndose de las facultades de la mente y de las posibilidades de extravasar
los sentidos humanos.
Desde que el mundo es mundo
eso sucede y no hay quien no conozca este fenómeno natural. En estas relaciones
inter-espirituales se establecen relaciones naturales entre criaturas
encarnadas y desencarnadas. La simbiosis así establecida se prolonga y se
desarrolla en el plano de las afinidades. El vampirismo propiamente dicho es
una relación negativa, basada en intereses inferiores de parte y parte.
Cuando el hombre muere, sale
de la prisión corpórea, pero no se libra de sus malos hábitos, de sus vicios,
de su maldad, etc. Esos espíritus inferiores (igual que los hombres inferiores
entre nosotros) gustan de compañías que se afinicen con sus tendencias. El
espíritu de un alcohólico se relaciona con una persona del mismo vicio o con
tendencias hacia el vicio. Los espíritus de criaturas sensualistas se ligan a
criaturas del mismo tipo. El vampirismo se procesa en términos de reciprocidad.
El hombre bebe y el espíritu absorbe sus emanaciones etílicas. La peligrosa
sociedad se prolonga muchas veces durante toda una vida, pues ninguno de los
dos quiere perder al compañero. De ahí la necesidad de la intervención de las
prácticas espíritas, para la separación del dúo, librándose a la criatura
humana del asedio negativo del espíritu vicioso. El comportamiento humano es de
esta manera afectado y modificado por las influencias de los vampiros, generalmente
imperceptibles para la víctima.
La vampirización abarca las
más variadas modalidades, de acuerdo con las tendencias humanas. El vampirismo
más peligroso es el que tiene lugar en el plano de las ideas. La ligación
mental se establece de manera imperceptible. Personas demasiado sensibles,
predispuestas al fanatismo en cualquier campo, se convierten en presas fáciles
de entidades del mismo tipo, que acaban por llevarlas a la locura. Manías,
tics, ojerizas, escrúpulos exagerados y ridículos, a veces ligeramente
perceptibles en criaturas humanas, son lentamente llevadas al máximo por la
acción vampírica. Psicólogos y psiquiatras conocen bien el desarrollo de esos
procesos, en los que manías prácticamente insignificantes, que no llegan a
perjudicar a las personas, se convierten en manifestaciones exageradas y muchas
veces peligrosas. Desconociendo la causa, o confinándola a una hipótesis de la
sistemática científica — materialista, los psicoterapeutas someten al enfermo a
procesos violentos de cura, sin resultados o con los tristes resultados de las
deformaciones del comportamiento del enfermo, quien por lo regular pierde su
espontaneidad y cae en estados no menos peligrosos de apatía.
El Dr. Karl Wickland relata
en su libro 30 Años entre los Muertos, los resultados de sus trabajos en su
clínica psiquiátrica de Chicago, sirviéndose de la mediúmnidad de su esposa.
Los relatos son minuciosos y bastante esclarecedores. En la colección de la
Revista Espírita, de Kardec, hoy traducida en sus doce volúmenes y lanzada en
el Brasil por la Editora Edicel, de São Paulo, Kardec anticipó esa hazaña de
Wickland, describiendo varios casos. El Dr. Ignacio Ferreira, director del
Hospital Espírita de Uberaba (Minas Gerais) relató también en su libro Nuevos
Rumbos de la Medicina, los casos tratados y catalogados en aquel hospital. El
Dr. Adolfo Bezerra de Menezes, de Rio, publicó valiosos trabajos al respecto.
En cualquiera de los 32 Hospitales Espíritas del Estado de São Paulo, los
interesados pueden obtener pruebas científicas acerca de estos casos.
Las investigaciones actuales
de la Parapsicología, en los principales centros hospitalarios y universitarios
del mundo, terminarán por vencer la obstinada y prejuiciosa resistencia de los
medios científicos. El Dr. John Herenwald, en su libro Telepatía y Relaciones
Interpersonales, relata hechos altamente significativos de los tratamientos en
su clínica londinense. Herenwald se refiere específicamente a los casos de
influencias entre personas vivas, en las cuales se torna más natural y más
objetivo (al gasto del siglo) el proceso psicodinámico de esas influencias
mentales.
El desarrollo de las
investigaciones parapsicológicas en la URSS llevó al Dr. Wladimir Raikov, de la
Universidad de Moscú, a instalar en la misma las investigaciones
parapsicológicas sobre la reencarnación, bajo la leyenda preventiva de
"reencarnaciones sugestivas", que sirvió de título, más tarde, al
famoso libro del Dr. Ian Stivenson, del Departamento de Psiquiatría de la
Universidad de California. En Rumania, para evitar fricciones con el Estado y
franquear la barrera de los preconceptos materialistas, los científicos
interesados en el asunto cambiaron el nombre de Parapsicología por
Psicotrónica. Quedó definido, así, el Psico-Boom actual, la explosión psíquica
en el mundo, tal como definió el fenómeno la Enciclopedia Británica en su
suplemento de Ciencias, como una realidad evidente de nuestro siglo. Los
psicólogos y psiquiatras que cargan con este innegable hecho científico en el
campo de sus especialidades, cometen simplemente una omisión peligrosa, tanto
para ellos mismos y especialmente para sus clientes. Kardec probó, en sus
investigaciones, con un criterio científico innegable y en una línea de lógica
impecable, que el comportamiento humano depende no solo de nuestro equilibrio,
sino también de las diversas influencias que nos afectan, y particularmente de
la acción, sobre nosotros, de las entidades invisibles, pero perfectamente
detectables y con las cuales convivimos. Lo único que consiguieron los científicos
de la época, movilizados para combatirla y silenciarla — como en el caso
histórico de la Sociedad Dialéctica de Londres y el caso particular de William
Crookes — exponentes de la Ciencia en el siglo XIX, fue confirmar sus
descubrimientos. La Iglesia movilizó sus poderosos recursos para ridiculizar al
investigador honesto, marginalizar la Ciencia Espírita, y hacerla odiar y
repudiar en el medio cultural, pero Kardec no retrocedió. Frente su firmeza y a
las pruebas crecientes que se acumulaban a través de las incesantes
investigaciones, numerosos científicos lo ayudaron en la sustentación de la
verdad espírita. Lo hostigaron con viles calumnias, aún hoy utilizadas contra
su memoria impoluta, y a todos respondió con la claridad lógica de un hombre
sabio. El mismo denuncio valientemente que la Inquisición seguía encendiendo
sus hogueras. Fue quemada su efigie en la hoguera de sus obras en Barcelona y
escribió: "La Inquisición no ha pasado, arrastra aún su cola en
España". De toda a tremenda movilización contra el nada lo único que queda
son argumentos vacíos, mentiras, calumnias — sin una sola contra evidencia,
sacada por un solo científico de investigaciones serias y honestas. Las
Ciencias posteriores, como presenciamos ahora, han confirmado de manera plena
el acierto y la verdad del doloroso e irreductible trabajo del maestro,
abriendo nuevas perspectivas al respecto y, lo que más lo honra — siguiendo
rigurosamente, sin intención ni conocimiento, el esquema y los métodos
establecidos por él. Ninguno de los principios de la Ciencia Espírita, por él
fundada y desarrollada — ni uno solo de esos principios y de esas leyes han
sido alterado por el asombroso avance de las Ciencias en este siglo de
profundas renovaciones. ¿Cuál es el Genio de la Ciencia que podríamos comparar
con él en ese sentido?
¿Cuál es la razón objetiva,
científicamente probada, en la que se basan todavía hoy sus adversarios,
generalmente completos ignorantes de la Ciencia Espírita? ¿Cuál es la razón
racional, fundada en hechos y pruebas irrefutables, en que se apoyan hoy los
contradictores gratuitos e inútiles de Kardec para rechazarlo en el ámbito
cultural y científico? Y ¿cómo pueden, ante esto, psicólogos y psiquiatras, los
terapeutas psíquicos de hoy, rechazar ligeramente la verdad probada para
someter a sus clientes a experiencias traumáticas y peligrosas sin resultados?
El vampirismo está ahí,
envilecedor, diezmando generaciones en el fuego de Moloch, y sacerdotes
cristianos, mal formados en Teología, esa pretensiosa Ciencia de Dios, cuya
falencia humana ha llegado a su fin inevitable, sustituyen en los servicios al
dios hambriento, en sustitución voluntaria, a sus sacerdotes que el tiempo y la
Historia han hecho desaparecer.
¿Cómo pueden hablar de
comportamiento humano los que así se comportan en esta hora decisiva del mundo?
En 1935 moría Richet,
entregando a sus discípulos de la Escuela de Medicina de Paris su testamento
científico: El Tratado de Meta psíquica, en cuyas páginas iniciales presta
reverente homenaje a Kardec. La imprenta alardeó en todo el mundo que la última
pala de tierra sobre el cuerpo inerte del gran fisiologista enterraba también,
para siempre, las falacias metapsíquicas y espíritas. Fue un desahogo mundial.
De ahora en adelante, nadie más hablaría, de espíritus y fantasmas. El asunto
estaba muerto y enterrado. Sin embargo, no sabían estos festejadores de la
muerte, que cinco años antes, precisamente en 1930, en la Universidad de Duke,
en los Estados Unidos, Rhine y McDougall ya habían fundado la Parapsicología,
basada en el mismo esquema y siguiendo la misma línea metodológica de Kardec y
con sus mismos objetivos. Los fantasmas habían vuelto al medio científico antes
del entierro de Richet, y ahora, sirviéndose de los nuevos recursos de la
Tecnología. En 1940 los maníacos de Fuke proclamaban los primeros resultados
positivos de sus nuevas investigaciones en la línea kardeciana. Hoy la Ciencia
Espírita desafía a los científicos en la misma URSS, en las entrañas
ideológicas de la mayor y más poderosa fortaleza del Materialismo agonizante,
que murió asfixiado en las manos de los físicos, como acentuó Einstein. ¿Todo
eso no pesa en nuestra cultura sensorial y sin sentido? ¿Nada significa? ¿Los
terapeutas del psiquismo no perciben que la vergüenza del caso Pasteur amenaza
con aplastarlos en las páginas de la Historia, en el alba de la Era Cósmica?
Después de las
investigaciones de Bethrev y Pavlov en Rusia, puramente fisiológicas, seguidas
de las investigaciones con el ratón en el laberinto, de Watson, vimos en los
Estados Unidos, la aparición de la Psicología sin Alma, que terminó en la
Psicología-Ecológico-Sociológica de nuestros días, denunciada y criticada por
Rhine. El Behaviorismo o Comportamentismo (Psicología del Comportamiento), se
desviaba del alma y negaba el pensamiento. Fue un dios acude en nuestra ayuda y
Watson, por lo menos, consiguió enriquecerse con las exhibiciones de las
peripecias del ratón. El hombre se integraba en la concepción cartesiana del
animal-máquina a la que Descartes se apegaba en sus luchas contra los teólogos.
La felicidad ingenua e infantil, que esa psicología proporcionaba al hombre
moderno, libre de los temores de después de la muerte, provocó una euforia
mundial. Los fantasmas eran pura fantasía. La Física Transcendental de
Friedrich Mlner un juego de ilusionista en la inmanencia. La Tierra era el
mejor de los mundos, en la concepción consoladora de Pangloss. Se vivía en este
mundito pasajero como Adán y Eva en el Edén. Se comía, se bebía, se divertía y
se moría hacia una eternidad placenteramente vacía. La muerte era la
nadificación total y absoluta, que Sartre iría a proclamar. Nada de
preocupaciones transcendentales. Viviríamos como libélulas de alas translúcidas
en el leve cuerpecito del insecto. Vivir, he ahí todo lo que se tenía que
hacer. El comportamiento humano no tenía secretos ni opciones. Pero, para
quebrar esa euforia de ratones (siempre aparecen los agua fiestas), surgió en
Viena un judío confuso quien fabricaba un alma artificial para el hombre, con
tres piezas distintas en una sola alma verdadera; el consciente, el
subconsciente y el inconsciente. Sigmund Freud, traía en su ratonera una banda
de fantasmas complejos, con nombres griegos. Ese judío acabó con la alegría
infantil de los comportamentistas. Frío y analítico, atribuía todas las
perturbaciones humanas a la libido y le hacía competencia descarada a los
padres confesores, atrayendo la clientela de los confesionarios hacia las
poltronas y los sofás de las clínicas psicoanalíticas. Los ratones comenzaron a
desaparecer del mercado y fueron sustituidos por introyecciones y acuerdos. Se
descubrió que el hombre no era más que un judío reprimido por el moralismo
desesperante de los rabinos del Templo de Jerusalén. No se podía negar más el
alma, pero se probaba que su tranquilidad, buen sentido y buen comportamiento
dependían exclusivamente de la libertad sexual. Estaban abiertas a la
Humanidad, las compuertas salvadoras de la libertad sexual y la población
mundial comenzó a crecer con tal rapidez que el propio Freud se asustó. La
salvación estaba ahora, en los anticonceptivos. La talidomida comenzó a generar
monstruos, el libertinaje dominó a las naciones y el Dr. Freud pasó de héroe a
villano, siendo acusado de subversivo y destructor de la paz mundial. Para
reajustar al mundo conturbado, Hitler descubrió que había razas inferiores y
superiores en la Tierra, que el perro se puede cruzar con el ratón y que por
eso era mejor exterminar con la guerra total las razas inferiores, entre las
cuales, solo por rabia, incluyó a los judíos. Lo que sucedió después todo el
mundo lo sabe.
Todo esto produjo muchos
vampiros, que habían quedado olvidados y podían actuar sin frenos y sin ser
percibidos sobre toda la masa humana.
No se puede pedir mayor
demostración de las incongruencias del comportamiento humano que en una visión
panorámica de la Historia Contemporánea. Se piensa hoy, en construir ciudades
en tolvas de duraluminio en el espacio sideral, mientras la Astronáutica
descubre caminos para una fuga en masa de la Humanidad hacia Marte u otro
planeta disponible.
¿Cuál será nuestro futuro
comportamental? Hay muchas hipótesis al respecto, pero nadie piensa en la
posibilidad de comportarnos como espíritus, aquí mismo en la Tierra, ayudando a
los vampiros a reconocer que también son espíritus.
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