La
economía de la Naturaleza nos revela la unidad funcional de todos los procesos
vitales. La Naturaleza, en su infinita variedad de cosas y seres, no malgasta
energías y formas, contenidos y contenedores, en sus estructuraciones. Del
reino vegetal al animal el proceso creador es uno, obligándonos a una
concepción monista del universo. La Fisiología de la Naturaleza, según la ley
de diferenciación en la unidad, se muestra estructurada y funcional por los
mismos sistemas adaptados a cada reino. De la savia del vegetal a la sangre de
los animales y el hombre, y de las estructuras auditivas inferiores a las
superiores, la organización es la misma. De los sistemas de motilidad,
percepción, alimentación y asimilación de las plantas al hombre, el sistema de
funcionalidad solo varia en lo que respecta a las adaptaciones específicas. De
la misma manera y por la misma razón, el parasitismo vegetal se desarrolla en
la dirección del parasitismo animal y del vampirismo hominal-espiritual. Y así
como el parasitismo influye en el desarrollo de las plantas y en el
comportamiento de los animales, el vampirismo influye en el comportamiento
humano individual y social. Entre los diversos elementos, cosas y seres que
actúan sobre el comportamiento humano, el más perturbador y que más amenaza las
estructuras físicas y espirituales del ser humano es el vampirismo, porque es
la actuación consciente de un ser sobre otro, para deformarle los sentimientos
y las ideas, perturbarle la mente y llevarlo a prácticas y actitudes contrarias
a su equilibrio orgánico y psicológico.
En
el parasitismo, incluso en el espiritual, hay una tendencia de adaptación del
parasito a la víctima. La ley es la misma del parasitismo vegetal y animal. La
entidad espiritual parasitaria busca adaptarse al parasitado, en la posición de
una sub-personalidad afín. Ambos viven en sintonía, pero el parasito a costa de
las energías del parasitado, cuyo desgaste aumenta de manera progresiva. Ambos
ganan y pierden en esa conjugación nefasta. El parasitado sufre doble desgaste
de sus energías mentales y vitales y el parasito cae en su dependencia,
perdiendo su capacidad individual de supervivencia y conservación. La muerte
del parasitado afecta al parasito, que muere sugestivamente con él, pues perdió
la capacidad de vivir, sentir y pensar por sí mismo. Los casos de personas
dependientes, excesivamente tímidas, desanimadas, ineptas para la vida normal,
esas de las que se dice que “pasaron por la vida, pero no vivieron”, son casos
típicos de parasitismo. Las mismas condiciones orgánicas de esas personas, que
no reaccionan adecuadamente a la ayuda de medicinas, alimentos y estímulos
ambientales, de las prácticas físicas o espirituales, son el resultado no solo
de las deficiencias orgánicas sino también de la sobrecarga invisible del
parasitismo espiritual. Los medicamentos estimulantes y los tratamientos
psicológicos raramente producen los efectos deseados. Sin embargo, la
conjugación de esos recursos con el tratamiento espiritual para la expulsión
del parasito, que representa en el organismo de la víctima una forma subnormal de
vida consumidora, generalmente produce resultados sorprendentes. Las causas de
esa situación mórbida son el resultado de procesos kármicos originados por asociaciones
criminales con cómplices del pasado. Los recursos espirituales son los pases
espíritas, la frecuencia regular a las reuniones mediúmnicas, el estudio y la
lectura de los libros básicos de la doctrina, la práctica de la oración
individual por el parasitado en favor del parasito o parásitos.
Todas
esas providencias deben ser orientadas por personas conocedoras del
Espiritismo, sin pretensiones y dotadas de buen sentido, lo que permitirá el
control del proceso de curación. Todas las prácticas exorcistas, quema de
incienso y veladoras, aplicación de pases padronizados, uso de plantas
supuestamente milagrosas u objetos de magia solo agravaran la situación. El
espíritu parasito es una criatura humana con derechos comunes a la especie
humana y debe ser siempre encarado como compañero de sufrimientos del
parasitado. En esos tratamientos no se debe despreciar el concurso médico, pues
los efectos negativos del parasitismo espiritual, debilitando el organismo de
la víctima, propician también la infiltración de los parásitos del medio
físico, que deben ser combatidos con medicamentos específicos. Aunque la acción
espiritual de las entidades protectoras pueda ayudar también al reequilibrio
orgánico, la presencia de un médico, si es posible espírita, es necesaria. Se
engañan quienes se vuelven contra la medicina en estas situaciones, pues las
leyes y los recursos del medio físico son los más adecuados en esos casos. Cada
plano de la Naturaleza tiene sus necesidades específicas, que precisamos
respetar. Existen también los Espíritus de la Naturaleza que trabajan en el
plano físico.
Esas
entidades semimateriales, de cuerpos periespíriticos, están en ascensión
evolutiva hacia el plano hominal. Son los llamados elementales de la concepción
teosófica, derivada de las doctrinas espiritualistas de la India. Las funciones
de esas entidades en la Naturaleza son de gran responsabilidad. El Espiritismo
pone énfasis en el estudio y en la investigación de los espíritus humanos, que
son los de nuestro plano evolutivo, dotados de conciencia e inteligencia
racional más desarrollada. Los parásitos ya pertenecen al plano humano. Son
considerados en la Teosofía y en otras corrientes espiritualistas como larvas
astrales. En realidad no son larvas ni elementales, son entidades que necesitan
de ayuda y adoctrinamiento. Los teosofistas atribuyen también las
comunicaciones espirituales a los llamados cascarones astrales, que son para
ellos envoltorios espirituales, periespíritus abandonados por los muertos y de
los que se sirven los elementales o espíritus burlones para manifestarse en las
sesiones mediúmnicas como si fueran espíritus de muertos. La teoría de los
cascarones fue creada por Mme. Blavatski después de una sesión mediúmnica a la
que asistió en Nueva York. El Sr. Sinet declara en su libro “Incidentes de la Vida de Mme. Blavatski”
que ella cometió un engaño de observación, al cual nunca más se refirió. Sinet,
teósofo de proyección y compañero de Blavatski, diverge de los teosofistas que
continúan aceptando esa falsa teoría. André Luiz se refiere a los ovoides,
espíritus que perdieron su cuerpo periespiritual y se ven cerrados en sí
mismos, envueltos en una especie de membrana. Eso nos recuerda la teoría de
Sartre sobre ser-en-sí, forma anterior del ser espiritual, que la rompe al
proyectarse en la existencia por necesidad de comunicación. La acción vampiresca
de esos ovoides es aceptada por muchos espíritas amantes de las novedades. Pero
esa novedad no tiene las condiciones científicas ni el respaldo metodológico
para ser integrada a la doctrina. No pasa de ser una información aislada de un
espíritu. Ninguna investigación seria, por investigadores competentes, probó la
realidad de esa teoría. No basta el concepto del médium para validarla. Las
exigencias doctrinarias son mucho más rigurosas, en lo que se refiere a la
aceptación de las novedades. El Espiritismo estaría sujeto a la más completa
deformación, si los espíritas se entregasen al delirio de los cazadores de
novedades. André Luiz se manifiesta como un neófito entusiasmado por la
doctrina, empleando a veces términos y conceptos que desentonan de la
terminología doctrinaria y que no siempre se ajustan a los principios espíritas.
La amplia libertad que el Espiritismo faculta a sus adeptos tiene límites
rigurosamente fijados en la metodología kardeciana.
En
el caso del parasitismo y del vampirismo todo rigor es poco, pues los rigores y
engaños de interpretación pueden llevar los trabajos de curación por desvíos
peligrosos.
Si
no enfrentamos el parasitismo y el vampirismo en términos rigurosamente
doctrinarios, con el debido respeto al método kardeciano, seremos susceptibles
de ser engañados por espíritus mistificadores que pasaran a vampirizarnos.
Porque el vampirismo es un fenómeno típico de las relaciones interpersonales.
Tanto
en la vida material como en la espiritual el vampirismo es un proceso común y
universal del relacionamiento afectivo y mental de las criaturas. Es vampiro el
sacerdote que fanatiza a un creyente y lo somete a sus exigencias para
explotarlo con la promesa del Cielo, también es vampiro el político demagogo
que fascina a los adeptos a sus ideas y los lleva al sacrificio inútil y brutal
de la rebelión y el terrorismo. Es vampiro el espírita o médium que fascina a
los ingenuos con la adulteración de poderes que no posee, revelándoles
supuestas reencarnaciones deslumbrantes y conduciéndolos al delirio de sus
ambiciones de grandeza. Es vampiro el negociante que se apodera del dinero de
sus clientes con falsas promesas de un futuro improbable. Es vampiro el
galanteador donjuanesco que se aprovecha del afecto de las mujeres inseguras
para explotarlas. Es vampiro el alcohólico o drogadicto que siembra la
desgracia a su alrededor. Es vampiro el espíritu sagaz y vengativo que absorbe
las energías de las criaturas humanas y subyuga otros espíritus para actuar en
la conquista y dominación de otras, y así sucesivamente, en el amplio y variado
patrón del vampirismo material y espiritual.
Por
todo eso, la cura del vampirismo no es más que un proceso de separación de los
implicados, del alejamiento del vampiro de la órbita de su víctima. Pero no
basta ese primer paso, es necesaria la persuasión de los involucrados a través
del adoctrinamiento espírita. El adoctrinamiento es la transmisión del
conocimiento doctrinario a las dos partes. Sin esa transmisión el proceso no se
completa y la cura solo será una suspensión del vampirismo por algún tiempo.
Como enseñó Jesús (y vemos en los Evangelios) podemos protegernos de los agresores
que se apoderaron de la casa, limpiarla y ordenarla. Pero si esta queda vacía,
los agresores invitaran a otros compañeros y la retomaran. En ese caso, el
estado de la vivienda estará peor que antes. Conforme al grado de compromiso y
responsabilidades mutuas entre el vampiro y sus víctimas, el tratamiento será
más o menos prolongado. Los vampiros son obstinados y persistentes, pues el
vampirismo es para ellos la manera de mantenerse en la rutina de sus
adicciones. La víctima, a su vez, se siente cómoda en el vampirismo y
acostumbrada en la entrega de sí misma sin resistencia. La asistencia regular
de la víctima a los pases y a las sesiones mediúmnicas es el único medio
posible de fortalecerla para resistir. No nos engañemos con las mejoras
instantáneas. Los vampiros no sueltan fácilmente a sus víctimas. Se apartan
estratégicamente y vuelven con más furia a la primera oportunidad que se les
presente. Es necesario que las víctimas curadas estén convencidas de esto y
prepararse para rechazarlos en sus embestidas mañosas. A pesar de esas
dificultades, en trabajos bien dirigidos no es raro que se consigan resultados
relativamente rápidos, que permiten mayores posibilidades en la consolidación
de la cura.
El
fracaso de la psiquiatría, con sus métodos modernos, es el resultado de la
falta de consideración de esos factores espirituales en los diversos tipos de
perturbaciones mentales y desequilibrios emocionales. Impotentes ante aquellos
casos graves, como las inversiones y desvíos sexuales, los psiquiatras más
actualizados adoptaron una táctica de dilación persuasiva, considerando
normales estas anomalías. Consideran peligrosa resistirse a los impulsos
inferiores de la libido, alegando que reprimirlas trae como consecuencia
complejos irreversibles. Los psiquiatras espíritas, que afortunadamente hoy son
numerosos, no pueden aceptar esa táctica de claudicación, que los convertiría
en cómplices de los vampiros. Ellos están en el deber indeclinable, profesional
y de conciencia, a organizarse en asociaciones de investigación, fundamentadas
en la Ciencia Espírita y en la Psiquiatría, ante la necesidad de enfrentarse a
esos medios de degeneramiento de la especie.
La
sexualidad es el fundamento de la vida y el sexo es su forma de manifestación.
Los psiquiatras ingenuos o ignorantes, juegan con fuego en consultorios y clínicas
y están incendiando al mundo. Corren hacia el sofisma en defensa propia,
alegando la imposibilidad de caracterizar entre lo que es normal y lo que es
anormal. Con eso pretenden declarar normales las anormalidades más viles. Más
la normalidad se define por sí misma en el entorno social. El sexo masculino
define la personalidad normal del hombre en sus funciones creadoras. El sexo
femenino define la personalidad normal de la mujer. Confundir ajos con cebollas
es una táctica de negociantes fraudulentos e inescrupulosos. Decir a un
adolescente que se siente dominado por impulsos negativos y procura librarse de
ellos: “Eso es normal, consiga un compañero” es lanzar al infeliz en la rueda
viva de un futuro vergonzoso. No es esa la función del médico ante el enfermo que lo busca. Ya existen
consultorios y clínicas dotados de lechos ocultos, para los cuales son
invitados pacientes desesperados hacia una terapéutica libertina. El médico, en
este caso, se receta a sí mismo como medicamento salvador. La llamada terapia
grupal se transforma en gigolismo científico, en la que mujeres desorientadas
son presentadas por los médicos a hombres insatisfechos que pueden adornar las
frentes de sus maridos con base en la prescripción.
Un
médico espiritualista nos comentó una anécdota que afirmó no ser anécdota: El
Sr. B. una figura social importante, tenía la costumbre de recoger colillas de
cigarrillo en la calle y llenar sus bolsillos con ellas. El psiquiatra que
consulto lo sometió a un tratamiento modernísimo. Encontrándolo más tarde, el
médico espiritualista le preguntó que si se había curado. Si le respondió el
personaje empavonado. Continúo recogiendo las colillas de cigarrillo pero ahora
no me da vergüenza. Lo hago con gusto. Las técnicas psiquiátricas más modernas,
como se ve, proceden de la remota fase griega de los sofistas, de los cuales
Sócrates se desligó para poder encontrar la Verdad.
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