martes, 8 de septiembre de 2020

UNA CURACIÓN ESPIRITISTA

 


Artículo tomado de la Revista de Estudios Psicológicos - Enero de 1894

Nuestra querida hermana, la distinguida publicista D.a Eugenia Estopa, nos ha remitido un relato, escrito por el joven Miguel Bianchi, de Algeciras, referente a un caso de obsesión en la persona de la señorita Isabel Sermeño, de la citada localidad, felizmente curado por el procedimiento espiritista.

 

Vamos a extractarlo ya que la abundancia de original nos impide insertar íntegro dicho relato.

 

El día 2 de abril último encontrábase la señorita Sermeño en su gabinete de tocador, cuando sin explicarse la manera de cómo pudo llegar a dicha estancia, halló en el sitio destinado a guardar los peines un objeto extraño, aparentando la forma de un martillo hecho de anea verde. Instantáneamente fue presa de desvanecimiento y atacada de dolor en las clavículas y articulaciones, en términos que no podía hacer el más mínimo movimiento, sim embargo de sentir continua excitación.

 

Imposible ocultar el caso a sus padres, y tal vez creyéndolo éstos arte de brujería, fueron a consultar con una mujer, dedicada según fama a la química cafre (?), la cual principió por reducir a cenizas el objeto misteriosamente encontrado, manifestando luego que se trataba de un maleficio pero que gracias a su intervención la cosa no tendría consecuencias funestas.

 

Durante la noche siguiente acentuáronse los dolores, sintiendo el sujeto irresistible hormigueo en todo su ser y como si un fuego abrasador devorase sus entrañas. Antes de clarear el día llamóse a un facultativo que recetó sin haber conseguido alivio de la enferma, quedando ésta en el lecho presa de atroces sufrimientos que le hacían presagiar próxima muerte.

 

En esta situación pasó algún tiempo, y una noche, en que se hallaba sola creyó oír voces que le decían algo, y si bien nada vio que la indicase la presencia de alguien a su alrededor, entendió perfectamente las siguientes palabras expresadas por una voz suave y deliciosa: Toma paciencia y ten fe en Dios. Casi al mismo tiempo, otra voz le dijo bruscamente; ¡No creas en Dios!

 

Noticioso del caso el joven espiritista Sr. Bianchi, pasó al domicilio de la enferma, y enterado de todos los pormenores, comprendió que se trataba de una obsesión, concibiendo en seguida la idea de intentar su curación por el procedimiento espiritista. Al efecto, y con intervención de la médium mecánica señorita García, obtuviéronse comunicaciones en las cuales se describía la enfermedad, indicándose a la vez los medios conducentes a su alivio y curación. Además pusiéronse de acuerdo con la señorita Estopa, cuyo conocimiento y práctica de la doctrina espiritista eran una garantía de acierto en la aplicación del tratamiento que debía seguirse, y con sólo cinco sesiones, sin medicinas de ninguna especie, operando sobre la enferma únicamente el fluido magnético de la médium, auxiliada por los espíritus desencarnados que asimismo se interesaban porque la curación se realizara, consiguióse el restablecimiento completo de la señorita Isabel Sermeño, llenando de alegría a sus parientes y de gozo a nuestros correligionarios por haber llevado a la práctica una verdadera obra de caridad.

 

Este es el extracto que nos complacemos en publicar, correspondiendo a los deseos de nuestra distinguida hermana señorita doña Eugenia N. Estopa, y porque tiende a la divulgación de una de las más consoladoras fases del Espiritismo.


miércoles, 26 de agosto de 2020

RESIGNACIÓN ESPÍRITA



Una de las acusaciones que se hacen al Espiritismo es la de llevar el hombre al conformismo. “Los espíritas se conforman con todo, - nos escriben - y de esa manera acabarán impidiendo el progreso, creando entre nosotros un clima de marasmo, favorable a la tiranía política del Oriente. La idea de la reencarnación es el caldo de cultura del despotismo, pues las masas creyentes se entregan a cualquier yugo”.

Muchos confunden la resignación espírita con el conformismo religioso. Pero, contradictoriamente, acusan el Espiritismo y no acusan a las religiones. Por otro lado, quitan conclusiones teóricas de hechos que pueden ser observados en la práctica. La idea de la reencarnación no es nueva, no nació con el Espiritismo, y no necesitamos teorizar al respeto, pues tenemos toda la historia de la humanidad ante nuestros ojos, para mostrarnos prácticamente sus efectos.

Vamos, sin embargo, en orden. Y tratemos, primero, de la resignación y del conformismo. La resignación espírita transcurre, no de una sumisión místico-religiosa a las fuerzas incontrolables, sino de una comprensión del problema de la vida. Cuando el espírita se resigna, no está sometiéndose por el miedo, sino sólo aceptando una realidad a la cual tendrá que sujetarse, exactamente para superarla, para vencerla. No es, pues, el conformismo que se manifiesta en esa resignación, sino la inteligente comprensión de que la vida es un proceso en desarrollo, dentro del cual el hombre tiene que equilibrarse.

¿Acaso no es así como hacemos todos, espíritas y no-espíritas, en nuestra vida diaria? ¿El lector inconforme no es también obligado, diariamente, a aceptar una porción de cosas de las que le gustaría huir? Pero la diferencia entre resignación o aceptación, de un lado, y conformismo, de otro, es que la primera actitud es activa y consciente, mientras la segunda es pasiva e inconsciente. El Espiritismo nos enseña a aceptar la realidad para vencerla.

“Si la enfermedad lo acosa, - dicen - el espírita entiende que está siendo víctima del fatalismo cármico, del destino irrevocable. Si la muerte le roba un ser querido, él cree que no debe llorar, sino agradecer a Dios. Si el patrón lo castiga, él se somete; si el amigo lo traiciona, él perdona; si el enemigo le golpea en la mejilla izquierda, él le ofrece la derecha. El Espiritismo es la doctrina de la despersonalización humana”.

Pero acontece que esa despersonalización no es enseñada por el Espiritismo, y sí por el cristianismo. Cuando el Espiritismo enseña la conformidad delante de la enfermedad y de la muerte, el perdón de las ofensas y de las traiciones, nada más está haciendo que repetir las lecciones evangélicas. Ahora, como el lector acusa el Espiritismo en nombre del cristianismo, es evidente que está en contradicción. Además de eso, conviene esclarecer que no se trata de despersonalización, sino de sublimación de la personalidad. Lo que el cristianismo y el Espiritismo quieren es que el hombre egoísta, brutal, carnal, agresivo, animalezco, sea sustituido por el hombre espiritual. La “personalidad” animal debe dar lugar a la verdadera personalidad humana.

En cuanto al caso de las enfermedades, sería oportuno acordar al lector las curas espíritas. ¿No llega eso para demostrar que no hay fatalismo cármico? Lo que hay es la comprensión de que la enfermedad tiene su papel en la vida humana. Pero cabe al hombre, en ese terreno, como en todos los demás, luchar para vencerla. El Espiritismo, lejos de ser una doctrina conformista, es una doctrina de lucha. El espírita lucha incesantemente, día y noche, para superar el mundo y superarse a sí mismo. Conociendo, sin embargo, el proceso de la vida y sus exigencias, no se tira ciegamente a la lucha, sino buscando realizarla con inteligencia, en un constante equilibrio entre sus fuerzas y el poder de los obstáculos.

LA LEY SE HIZO NUESTRO PEDAGOGO PARA CONDUCIRNOS HASTA CRISTO



“Una frase de Pablo a los Gálatas define la evolución religiosa del hombre - De las religiones primitivas a la “ley” de los judíos y al cristianismo.

El estudio de las religiones sólo puede ser realizado de manera fecunda a la luz de los principios espíritas. Si encaráramos el fenómeno religioso desde el punto de vista de cualquiera de las religiones hoy dominantes en el mundo, seremos forzados a una actitud parcial, que no nos dejará llegar a una conclusión objetiva. Si lo encaráramos desde el punto de vista de cualquiera de las escuelas filosóficas en boga, o de las antiguas, o si lo tratamos a la luz de la sociología y de la etnología, o aún de la antropología cultural, llegaremos a conclusiones destituidas de sentido espiritual. La religión será vista sólo en su aspecto formal, objetivo.

Las escuelas ocultistas, esotéricas y teosóficas, penetran más hondo en el asunto. No obstante, presentan concepciones no siempre admisibles a la luz de la razón. Los estudios de religiones comparadas son prácticamente formales, y las filosofías espiritualistas, aún la de Bergson, que lanza mayor cantidad de luz sobre el asunto, paran en el momento exacto en que más debían avanzar. El Espiritismo, combinando la razón y la intuición, la observación objetiva y la subjetiva, los métodos de investigación y observación de la ciencia y los métodos propios de la indagación espírita, comprende en su concepción todo el panorama del fenómeno religioso.

Precisamente en virtud de esa capacidad de amplitud de la visión espírita, muchos estudiosos de la doctrina rechazan el admitirla como una manifestación cristiana. Habituados a encarar el cristianismo como una simple forma de religión, piensan que el calificativo de cristiano establece límites a la interpretación espírita del fenómeno religioso. No obstante, los que han profundizado el asunto son unánimes, a partir de Kardec y Denis, en reconocer que la condición cristiana es indispensable al Espiritismo, para que él realmente sea la doctrina amplia que es. El cristianismo, analizado “en espíritu y verdad”, no es una forma estrecha de creencia, sino una forma amplia de comprensión.

En su apreciación del fenómeno religioso, el Espiritismo comienza, desde Kardec, por admitir que el desarrollo religioso del hombre alcanzó, con el cristianismo, uno de sus momentos decisivos. Cristo no fue sólo un marco entre dos mundos, sino también y sobretodo la expresión más alta de la evolución espiritual del hombre y el orientador de su desarrollo futuro. Poco importa que, en el proceso histórico, el cristianismo haya sido sometido a imposiciones temporales, y aparentemente perdido su fuerza transformadora. La propia historia nos muestra que él nunca pudo ser completamente sometido, y que, en el momento previsto por el propio Cristo, consiguió romper todas las amarras de la tradición y mostrarse nuevamente en su verdadera naturaleza. A semejanza del propio Cristo, el cristianismo resucitó, tras haber descendido al sepulcro y a las regiones inferiores.

El Espiritismo nos muestra la evolución religiosa del hombre como un lento proceso, que viene del animismo y fetichismo primitivo hasta las formas complejas de religiones de la antigüedad, con su multiplicidad de dioses y de fórmulas, sus jerarquías sacerdotales y sus sistemas aparatosos de cultos.

Después, en un estado más adelantado, aparece la religión monoteísta de los judíos, aunque aún apegada las fórmulas paganas, inclusive en el tocante a los rituales sangrientos del sacrificio. Por fin, surge el cristianismo, con su espíritu de libertad, que el apóstol Pablo exalta en sus epístolas. El cristianismo es la espiritualización de la religión. La libera del culto formalista, de la exterioridad, de la organización social. La libera de la “ley”, como enseña Pablo, advirtiendo a los Gálatas (23:24) que la única función de la ley fue la del pedagogo, para conducirnos a la libertad en Cristo.

Como vemos, el cristianismo surge en el curso de la evolución religiosa como un momento de emancipación espiritual del hombre. Después, se sumerge también en el océano de fórmulas sacramentales y sistemas dogmáticos a que la mente humana se hubo habituado a través de los tiempos. Pero, en medio de todas las exterioridades, conserva su fuerza interior, hasta el momento anunciado por Cristo, según el Evangelio de Juan, en que tendría que ser restablecido. El Espiritismo aparece, entonces, como el verdadero Renacimiento Cristiano, en la expresión feliz de Emmanuel. Su misión es completar la obra de Cristo, liberando la religión de los compromisos exteriores e instaurando en la Tierra aquel reinado del espíritu que Jesús habló a la mujer samaritana.

ENTRE EL NEGATIVISMO Y LA SUPERSTICIÓN: EL EQUILIBRIO ESPIRITUAL DEL HOMBRE



Fragilidad de las posiciones extremas del espíritu — Fijación de la mente en el torbellino del mundo material o de las convenciones religiosas — La lucha espírita por el esclarecimiento espiritual del hombre.

La vida pierde su sentido, su significación, su razón de ser, cuando el hombre se aleja de la comprensión espiritual, buscando en el mundo material la única explicación de las cosas. El llamado hombre práctico de nuestros días, enteramente inmerso en los problemas inmediatos, funciona como una máquina. Está muy próximo a la concepción cartesiana de los animales: cuerpos en actividad mecánica, sin alma. Si en medio de ese funcionamiento inconsciente a que se entrega, alguna desgracia le ocurre, los horizontes se cerrarán a su alrededor. Ninguna perspectiva le restará. Es por eso que, en general, el hombre práctico, alcanzado por un golpe arrasador, recurre al suicidio.

Pero, si el materialismo de la vida práctica es peligroso, también lo es el materialismo teórico, intelectual, equivalente a una ceguera mental, que no permite al hombre divisar los contornos de la realidad. El materialista intelectual, que se apoya en una doctrina filosófica negativa, se siente fuerte para enfrentar el mundo mientras no le faltan las fuerzas físicas y los recursos materiales de la existencia. Una idea, como bien acentúa Annie Besant en su “Autobiografía”, lo sostiene en las duras luchas de la vida: la idea de la dignidad intrínseca del ser humano, que debe mantenerse digno por la propia dignidad, sin esperar cualquiera recompensa por eso. Pero, delante del desastre, del fracaso temporal, de una mutilación moral o física, esa idea será fácilmente eclipsada por otra: la nada.

Por otro lado, en el reverso de la medalla, la superstición del religiosismo común no es menos peligrosa que el materialismo. El hombre que cree sin indagar, sin comprender ni querer comprender, apegado a las creencias que le impusieron a través de la tradición, está sujeto a las mismas dolorosas sorpresas de aquel que no cree. La fe por la fe es tan insegura cuánto la dignidad por la dignidad, a que arriba aludimos. Tanto para una, como para otra, la mente humana exige una base racional. Fe ciega y dignidad ciega son frágiles como piezas de vidrio. Ambas pueden quebrarse con la mayor facilidad, ante los golpes de la vida. Porque en una cómo en otra el hombre está prendido a un punto de vista estrecho, sin la visión global del proceso de la vida, que le daría comprensión y coraje para enfrentar la lucha en cualquier circunstancia.

Ateísmo y superstición son los dos extremos peligrosos de la condición humana. Y tanto así, que ambos resbalan hacia las soluciones extremas, con la mayor facilidad, no solamente en el plano individual, sino también en el colectivo. Los crímenes del fanatismo religioso y del fanatismo materialista mancillan la historia humana. Porque tanto a la incredulidad absoluta como la superstición beata le faltan las luces del verdadero esclarecimiento espiritual, de la verdadera conexión del hombre con el sentido de la vida. El materialismo actúa como un imán, fijando la mente en el torbellino de la materia. La superstición fanática hace la misma cosa con los convencionalismos religiosos, en cuyo remolino de ceremonias y dogmas prende a la mente subyugada. De ahí las terribles contradicciones que señalan la historia de la religión, con los dramas crueles del fanatismo.

Fue por eso que Kardec inscribió, en “El Evangelio según el Espiritismo”, esta leyenda de luz: “Fe inquebrantable sólo es la que puede encarar frente a frente a la razón, en todas las épocas de la Humanidad”. Por eso es que el Espiritismo insiste en la necesidad del esclarecimiento permanente de la razón para los problemas de la fe. Combatiendo el materialismo, con las propias armas de este, a través de la observación y de la experimentación científica, el Espiritismo combate, por otro lado, el religiosismo ciego, la aceptación fanática de los principios religiosos. No combate ninguna religión, pero combate el fanatismo religioso. Y en ese combate no usa jamás las armas de la impiedad, porque sus armas son el esclarecimiento a través de la investigación, del estudio y de la exposición de la verdad. Ayudar al hombre a equilibrarse en la posición justa del espiritualismo esclarecido, para que el mundo sea mejor y más bello, es la misión del Espiritismo en este periodo difícil de la evolución terrena.

¿VAMOS A DEJAR A LOS ESPÍRITUS EN PAZ?



El joven había llegado de un viaje por URSS, Bulgaria, el Congo, Calcuta y Paris. Hiciera una escala en Cuba para ver con sus ojos el caso del racionamiento del azúcar. Lamentaba no haber podido asistir al lanzamiento del Apolo-8, pero espera estar presente en el del Apolo-9, que al final será más importante. A cierta altura no se contuvo y me preguntó, con un brillo irónico en los ojos: “Después de todo lo que vi, le pregunto a usted, ¿qué vamos a hacer con los espíritus? No hay lugar para ellos. El mundo es de los hombres de carne y hueso. Los muertos están enterrados”.

Los cuatro compañeros de la mesa soltaron una carcajada, acompañada de burlas. Uno de ellos repitió: “¿Qué es lo que vamos a hacer con los espíritus?” Reí también y respondí con otra pregunta: “¿Qué vamos a hacer con la muerte?” La carcajada general casi me atontó. El muchacho cosmopolita respondió: “Otra vez la muerte. ¡Problema solucionado: siete palmos de tierra o el horno crematorio!”

Les recordé entonces: “Los rusos ya se tornaron campeones en experiencias de telepatía; los americanos juzgan que la mente y el pensamiento no son físicos, materiales; los ingleses (teoría de los psícons de Whatelly Carrington, experiencias de Soal con voz directa; Harry Price y la sobrevivencia de la mente después de la muerte del cuerpo, etc.) encaran científicamente el problema de la sobrevivencia. Es más, los físicos de hoy, como afirma Rhine, ya no creen en el exclusivismo de la fuerza y la materia, y para tal fin la tratan como antimateria, antiátomo y hasta de antiuniverso”.

No era agua, si no gasolina en ebullición. Hicimos la gritería y no fue posible decir una sola palabra más. Pero una cosa quedó bien clara: todos aquellos jóvenes “modernos” (había dos “mayores”) no entendían nada de las cuestiones que proponían. Aún el joven cosmopolita, que tanto viajara y tanto viera, nada aprendiera de la verdadera situación cultural del momento. Jugaban con “slogans”, con ideas hechas, con mucho deseo de hacer bulla y principalmente de parecer diferentes. La orden era esa: dar contra los “arcaicos”. Y yo, con mis espíritus, era seguramente el representante de la clase renegada, de la generación obturada.

Cuando salimos de allí el muchacho cosmopolita me acompañó. A solas pudimos conversar mejor. E él abrió los ojos espantado cuando le dije: “Los espíritus son una de las fuerzas de la naturaleza. No son almas del otro mundo. No están en el cielo en contemplación eterna, ni en el infierno o por ahí, como ustedes dicen, endemoniando a los mortales. Los espíritus de los muertos son criaturas humanas, como usted y yo, simplemente transferidas, por la muerte, de un plano de la materia para otro. Nosotros los espíritas, no andamos perturbando a esa gente del más allá, como ustedes piensa. Esa gente está aquí mismo y el más allá aquí. Es gente que posee un cuerpo material, el periespíritu, que los antiguos llamaban cuerpo espiritual. Gente que se interesa por nosotros y que vive comunicándose con nosotros desde que el mundo es mundo”.

-      “Si eso es así aún puedo pensar en la cosa”, respondió pensativo. “Pero siempre me dijeron lo contrario. Que los espíritus son almas del otro mundo, fantasmas, supersticiones y nada más. Y que vosotros, los espíritas, viven enredados en esas ideas y dialogando con lo que no existe. “Anduvo unos pasos en silencio y remató: “Si usted puede probarme que eso es así, que yo puedo espiar a esa gente, soy capaz de cambiar de idea. Mire, si me arregla una sesión de materialización, pero de las buenas, ¿sabe? soy capaz de meterme en ese embrollo”.

HERCULANO Y LAS CRÓNICAS DEL HERMANO SAULO



José Herculano Pires mantuvo, durante muchos años, en el periódico “Diario de Sao Paulo”, órgano de los Diarios y Emisoras Asociados, una columna de crónicas espíritas, en la cual abordaba temas de interés general relacionados con la doctrina codificada por Allan Kardec. Las firmaba con el pseudónimo de Hermano Saulo.

Periodista, filósofo, escritor y profesor, Herculano Pires alcanzó gran concepto dentro y fuera del movimiento espírita. Su producción literaria sobrepasa los setenta títulos; algunos de ellos se constituyen en verdaderas obras filosóficas.

Viviendo y sintiendo el Espiritismo de forma profunda, Herculano dedicó la mayor parte de su existencia en favor de esta doctrina, ya sea buscando interpretarla con fidelidad, ya sea defendiéndola de los ataques de los adversarios.

Las crónicas publicadas en el “Diario de São Paulo” fueron leídas con mucho interés durante todo el tiempo de su existencia. Cuando, el 9 de marzo de 1979, la muerte lo alcanzó súbitamente, quedó en el aire una certeza: El Espiritismo brasilero perdía a uno de los mayores intérpretes del pensamiento kardeciano.

“El Correo Fraterno” reúne, en esta obra, 39 de las más interesantes crónicas de Herculano Pires (o el Hermano Saulo), publicadas entre los años 1969/1970, regocijándose de poder así iniciar un trabajo editorial contando con la firma de este laureado autor, trabajo este que, ciertamente, se desdoblará en otros libros.


Wilson García
Editora Espírita Correo Fraterno do ABC

viernes, 23 de junio de 2017

El hombre por la mitad.

La percepción espiritual que el hombre tiene de sí mismo, innata y natural, se desarrolló en las civilizaciones de la Antigüedad, a partir del ciclo de las civilizaciones agrarias y pastoriles, en un sentido global. El hombre sentía e intuía la totalidad de su naturaleza. Por eso, no hubo, en ninguna parte, ningún tipo de filosofía materialista. La concepción materialista del hombre apareció tardíamente, como resultado de su desarrollo mental y del aguzamiento de su curiosidad.

Las filosofías antiguas, actualmente denominadas como materialistas o precursoras del materialismo — aún en los tiempos más recientes del pensamiento griego — se fundamentaban en principios espirituales y tendían hacia explicaciones teológicas. La presencia de Dios es constante en toda la Antigüedad, desde las selvas hasta las civilizaciones teocráticas.

En la Edad Media tuvimos el cierre del último ciclo de la evolución de las civilizaciones antiguas. En ella se resolvió el proceso dialéctico de la evolución mundial, en la confluencia de las conquistas occidentales y orientales, para la síntesis de Caldeirão de Dilthey, en que, según la conocida tesis de este filósofo, las concepciones filosóficas en la visión del mundo de griegos, judíos y romanos se fundían — en la lenta elaboración del Milenio — para que pudiese surgir el Mundo Moderno, a través del Renacimiento europeo. Renacían en Europa las principales conquistas espirituales de las antiguas civilizaciones. El Racionalismo griego dirigía las corrientes en fusión en la búsqueda de lo real. La nueva civilización se oponía al Espiritualismo fantasioso de la Antigüedad y las idealizaciones del platonismo, interesándose por el objetivismo aristotélico y sus tentativas de conocimiento material del Mundo, de las cosas y de los seres. Solo entonces se creaba el ambiente propicio para el desarrollo de las formas de interpretación materialista.

Ese viraje de la mente hacia los problemas terrenales, necesario y productivo, liberaba y aguzaba la curiosidad humana por los misterios de la Naturaleza, hasta entonces envueltos en las especulaciones mentales y en las fabulaciones de la afectividad anímica. Durante el milenio medieval la razón se desarrolla y perfecciona, despuntando en René Descartes y Francis Bacon hacia los avances metodológicos de la investigación científica. El teólogo disidente Abelardo aparece en ese contexto como el precursor de Descartes. Su rebelión les costó caro, pero su libro Sic et Non y su famoso caso con Eloísa sacudieron para siempre los fundamentos del Mundo Antiguo. En vano la Iglesia lucharía para mantener su dominio absoluto. La síntesis que abriría los nuevos tiempos era impulsada por las fuerzas de la evolución y del proceso histórico. Nada podría detener su desarrollo.

Como en todos los momentos de transición, el mundo se transformó en un pandemonio y los espíritus más vigorosos, por lo tanto más rebeldes, se volvieron en contra de la dogmática eclesiástica, proclamaron el advenimiento de la Razón y negaron el concepto espiritual del hombre, cortándolo por la mitad. Palabras como Espíritu y Alma fueron consideradas como residuos de un pasado de fábulas e ignorancia. En las luchas que se sucedieran, con el desarrollo científico y la revelación progresiva de los antiguos arcanos de la Naturaleza, las Ciencias heredaron para su estudio e investigación solo la mitad del hombre. A otra mitad fue puesta de lado como un artículo de Museo, válida solo para el vulgo inculto. Fue con verdadera euforia que los hombres se vieron libres de las responsabilidades de una vida que no se extingue en la tumba. Y los científicos, en general, se ufanaran de haber descubierto que no pasan de ceniza y polvo.

Los métodos de investigación científica se desenvolvieron en el plano sensorial, pues solo lo que era visible y palpable podía ser considerado como real. Se fundó así la Civilización Mundial del tacto, apoyada en la tecnología de las máquinas que, hasta entonces, no captaban fantasías o fantasmas. Relegado al cesto de papeles viejos, el hombre espiritual (nada menos que la mitad del hombre real) no merecía la atención de los sabios. Augusto Comte rechazó la Psicología, Pavlov y Watson descubrirían la Psicología sin alma (una ciencia sin objeto), Marx y Engels fundaron el Materialismo Científico. Y Sartre, hasta hoy, acompañado por la decadente figura de René Sudre, proclama la gloria de la nihilización del hombre. Los científicos que se atrevieran a probar la realidad del espíritu, como Crookes, Richet, Zöllner, Gibier, Osty, Geley, fueron considerados ingenuos o locos. Morselli, para salvar a esos colegas creo la maravillosa novedad del Espiritismo sin Espíritus. Solo faltó crear la Humanidad sin hombres, lo que quedó reservado para nuestros días, con el maravilloso descubrimiento de la bomba de neutrones.

En el plano religioso aconteció el más sorprendente de los fenómenos. Los teólogos cristianos proclamaron la Muerte de Dios, basados en el testimonio del Loco de Nietzsche y fundaron el Cristianismo Ateo. Ante ese panorama de locuras científicas era natural que la Psicología sin alma generase una hija también desalmada: la Psiquiatría del Libertinaje, que le dio la mano a la Toxicomanía y salió con ella para incentivar a los hombres al gozo de la vida sin compromisos ni responsabilidades.

En la mitología griega los andróginos eran duplos, fuertes y veloces. Intentaron escalar el Olimpo para hacerse dioses, pero Zeus los cortó por el medio y los devolvió mutilados a ras del suelo. Ese hombre mutilado pobló la Tierra y fue el que los científicos mutilaron de nuevo, reduciéndolo a solo un cuarto del hombre original. No es de admirar que ese homúnculo actual — reprimido, vanidoso e insolente como aquel pedacito de fermento del Lobo de Mar de Jack London — este ahora explotando en la angustia y en los delirios de su impotencia. Perdiendo su mitad espiritual, entraran en las crisis del histerismo colectivo, fascinadas únicamente por las fuerzas magnéticas del sexo y arrastradas a todos los desvaríos de una esquizofrenia catatónica. La ceguera materialista completa ese espectáculo. Vampiros y parásitos no hacen más que atender a los llamados de la carne sin alma que agoniza en la angustia existencial. Sólo hay un remedio para el enfermo sin esperanza: la vuelta al espíritu. Mientras, como enseña Hubert, el hombre no comprenda que es espíritu y tiene que vivir como espíritu y no como los animales-máquinas de Descartes, no habrá más tranquilidad y esperanza en la Tierra, que dejó de ser la Tierra de los Hombres de Saint-Exupéry para transformarse en el dominio alucinado de los vampiros. El ciclo infernal se define así: los hombres vampirizados mueren, se transforman en vampiros para vampirizar a los que nacen.

La concepción materialista del hombre reduce a la Humanidad a una especie de animal sin perspectivas. La vida, los sueños, los anhelos humanos se transforman en espejismos y alucinaciones sin sentido. Si hubiese solo una justificativa lógica para esa concepción aún se podría aceptar el curso intensivo de esa moneda falsa en el mercado mundial de las ilusiones. Los espejismos del desierto pueden ser explicados por los fenómenos de refracción de la luz, pero ese espejismo conceptual no se justifica por refracción óptica o mental, ni por refracción histórica, ni por investigaciones antropológicas o psicológicas. Toda la Historia Humana se asienta, en todas partes, en la intuición universal de la naturaleza espiritual del hombre. La novedad materialista del Siglo XIII brotó de varios equívocos en la lucha contra los absurdos y los desmanes de la Iglesia, basados en la idea de poderes divinos supuestamente concedidos a los clérigos a través de rituales de origen salvaje. La raíz del materialismo es el tacape[1] del cacique, seco y muerto, del cual solo podría brotar las serpientes del bastón de Moisés en la sala del Faraón.

Históricamente el materialismo nació del sofisma, que es una negación de la verdad, de la que se servirían los sofistas griegos para negar la posibilidad del conocimiento real. El Materialismo Científico vale históricamente por su reivindicación social, más el error fatal de la inversión de la Dialéctica de Hegel lo coloca hoy, en posición filosófica retrógrada. Le falta la luz del espíritu y cuando esta aparece, iluminado por manos piadosas, huye a toda prisa, no puede soportarla, como sucedió recientemente en la Universidad de Kirov, con el incómodo descubrimiento del cuerpo espiritual del hombre por científicos soviéticos.

Es curioso que, a pesar del acelerado desarrollo científico de nuestro tiempo, estamos aún apegados al método deductivo — empirista del largo pasado humano. Los métodos de la investigación tecnológica nos sirven para descubrimientos sorprendentes en las investigaciones fragmentarias de la realidad exterior, pero en lo concerniente a los problemas de la esencia y de la naturaleza humana no avanzamos un paso más allá de la imaginación. Nuestro barco mental encalló en las aguas turbias de las ideas hechas y de las deducciones precipitadas del proceso teológico. El misticismo de los creyentes religiosos se transformó, en la era científica, en una forma espuria de la mitología de Bacon, fundada en la idolatría supuesta de las soluciones mentales. Continuamos apegados a los ídolos del pensamiento baconiano. Imantados a preconceptos de milenios, nos precipitamos en conclusiones envejecidas, sin el menor respeto por el método cartesiano. Modelamos nuestra imagen en la roca, con el cincel de Miguel Ángel y, como el, queremos forzar esa imagen a hablar. No creemos en la evidencia de la Física, con miedo de volatilizarnos en la realidad atómica que nos revela la inconsistencia de la carne, de sus formas desgastantes y mortales. Consideramos a la Física válida para las cosas más duras que nosotros, pero mantenemos intacta la imagen del hombre carnal. Le tememos a nuestra propia dispersión en el espacio y queremos escondernos en las cavernas de Bacon. Descartes, el espadachín atrevido, nos aterroriza más que las explosiones atómicas. Viajamos hacia la Luna envueltos en escafandras de seguridad y volvimos de los viajes espaciales asustados y aferrados a las ideas esquemáticas de los teólogos medievales, como aconteció con los astronautas americanos. El instinto de conservación animal predomina sobre la razón científica y nos tornamos místicos como los frailes auto-flagelantes. Las máquinas americanas de producción de sectas religiosas en serie funcionan a un ritmo acelerado que da miedo, aumentando de manera atemorizante la capacidad de exportación de pastores americanos hacia todo el mundo.

Los astronautas soviéticos, materialistas, vuelven del espacio sideral alardeando que Dios no existe porque ellos no lo encontraron en los suburbios orbitales del planeta. Repetirán, en escala cósmica, las bravuconadas infantiles de los cirujanos del siglo XVIII que se vanagloriaban de nunca haber encontrado el alma en la punta de sus bisturís. Los siglos pasan, el conocimiento avanza, pero las orejas de Midas continúan plantadas en la Tierra. Hasta un filósofo como Bertrand Russel, innegablemente lúcido, se desliza en la lógica declarando que, a pesar de los estragos hechos con el concepto de materia, la verdad es que las leyes físicas continúan en vigor. La hipnosis materialista entorpece los cerebros. Por otro lado, el apego del hombre al cuerpo material perecible, alimento de los gusanos — no deja a los más ilustrados materialistas, enemigos férreos de Dios, percibir que, con ese apego, rinden homenaje al supuesto enemigo en esa obstinada idolatría de la carne. Combaten al Creador pero no quieren salir del corral de sus creaciones efímeras.

En su libro Los Extraños Fenómenos de la Psique Humana, Vasiliev nos ofrece una nueva imagen del Prometeo encadenado a las rocas del Cáucaso, con su hígado devorado por los buitres. Y la imagen trágica de un Prometeo a la inversa, que no robo el fuego del cielo, en que no cree, pero lucha desesperadamente para mantener acceso al fuego terreno de Vesta, después que las mismas vestales del materialismo lo apagaran. El notable científico soviético se hace campeón del absurdo para irse contra las más recientes e indescifrables conquistas espiritualistas de las Ciencias. Vigilado por el Leviatán del Estado, gasta su inteligencia y su conocimiento transitorio, debatiéndose inútilmente en la lucha contra la verdad eterna de la naturaleza espiritual del hombre. Como Bertrand Russel, no percibe que las leyes físicas descubiertas por las investigaciones científicas no son más que los fundamentos de la realidad material generada e sustentada por el poder creador el Espíritu. Esas leyes no hacen parte de la concepción materialista, pero sí de la estructura de la Realidad Total en que la materia se inserta en el plano sensorial ilusorio. Bertrand, Vasiliev e René Sudre — ese corrillo chismoso y centenario de la batalla contra el espíritu — no percibieron aún que sus uñas, sus cabellos y sus ojos no son lo que ellos ven y sienten, sino plasmas atómicos, plasmas oscuros y condensados por el condicionamiento de nuestros sentidos, en las formas de percepción ilusoria de la realidad real, que solo ahora estamos descubriendo.

El hombre por la mitad, esa visión parcial del hombre que hoy poseemos, es simplemente un animal dotado de instintos, entre los cuales sobresale el de la reproducción de la especie. El psiquismo humano no existe, es fisiológico y no psíquico. De ahí la falencia de la Psicología Terapéutica e especialmente de la Psiquiatría Libertina. Por eso, los psiquiatras honestos se apegan hoy a los recursos del Espiritismo — La Ciencia del Espírito, fundada por Kardec —, la única ciencia real, basada en la investigación de los fenómenos, capaz de completar nuestra visión del hombre de manera positiva. Solo un psiquiatra dotado de recursos espíritas puede enfrentar con eficacia los extraños fenómenos de la Psique humana que aturden a los especialistas más experimentados.



[1] Arma ofensiva usada por los indios, hecha de madera, semejante a una pequeña espada. Nota del traductor.

UNA CURACIÓN ESPIRITISTA

  Artículo tomado de la Revista de Estudios Psicológicos - Enero de 1894 Nuestra querida hermana, la distinguida publicista D. a Eugenia ...