Fragilidad de las posiciones
extremas del espíritu — Fijación de la mente en el torbellino del mundo
material o de las convenciones religiosas — La lucha espírita por el
esclarecimiento espiritual del hombre.
La vida pierde su sentido, su significación, su razón de
ser, cuando el hombre se aleja de la comprensión espiritual, buscando en el
mundo material la única explicación de las cosas. El llamado hombre práctico de
nuestros días, enteramente inmerso en los problemas inmediatos, funciona como
una máquina. Está muy próximo a la concepción cartesiana de los animales: cuerpos
en actividad mecánica, sin alma. Si en medio de ese funcionamiento inconsciente
a que se entrega, alguna desgracia le ocurre, los horizontes se cerrarán a su
alrededor. Ninguna perspectiva le restará. Es por eso que, en general, el hombre
práctico, alcanzado por un golpe arrasador, recurre al suicidio.
Pero, si el materialismo de la vida práctica es
peligroso, también lo es el materialismo teórico, intelectual, equivalente a
una ceguera mental, que no permite al hombre divisar los contornos de la
realidad. El materialista intelectual, que se apoya en una doctrina filosófica
negativa, se siente fuerte para enfrentar el mundo mientras no le faltan las
fuerzas físicas y los recursos materiales de la existencia. Una idea, como bien
acentúa Annie Besant en su “Autobiografía”, lo sostiene en las duras luchas de
la vida: la idea de la dignidad intrínseca del ser humano, que debe mantenerse
digno por la propia dignidad, sin esperar cualquiera recompensa por eso. Pero,
delante del desastre, del fracaso temporal, de una mutilación moral o física,
esa idea será fácilmente eclipsada por otra: la nada.
Por otro lado, en el reverso de la medalla, la
superstición del religiosismo común no es menos peligrosa que el materialismo.
El hombre que cree sin indagar, sin comprender ni querer comprender, apegado a
las creencias que le impusieron a través de la tradición, está sujeto a las mismas
dolorosas sorpresas de aquel que no cree. La fe por la fe es tan insegura
cuánto la dignidad por la dignidad, a que arriba aludimos. Tanto para una, como
para otra, la mente humana exige una base racional. Fe ciega y dignidad ciega
son frágiles como piezas de vidrio. Ambas pueden quebrarse con la mayor
facilidad, ante los golpes de la vida. Porque en una cómo en otra el hombre
está prendido a un punto de vista estrecho, sin la visión global del proceso de
la vida, que le daría comprensión y coraje para enfrentar la lucha en cualquier
circunstancia.
Ateísmo y superstición son los dos extremos peligrosos de
la condición humana. Y tanto así, que ambos resbalan hacia las soluciones
extremas, con la mayor facilidad, no solamente en el plano individual, sino
también en el colectivo. Los crímenes del fanatismo religioso y del fanatismo
materialista mancillan la historia humana. Porque tanto a la incredulidad
absoluta como la superstición beata le faltan las luces del verdadero
esclarecimiento espiritual, de la verdadera conexión del hombre con el sentido
de la vida. El materialismo actúa como un imán, fijando la mente en el
torbellino de la materia. La superstición fanática hace la misma cosa con los
convencionalismos religiosos, en cuyo remolino de ceremonias y dogmas prende a
la mente subyugada. De ahí las terribles contradicciones que señalan la
historia de la religión, con los dramas crueles del fanatismo.
Fue por eso que Kardec inscribió, en “El Evangelio según
el Espiritismo”, esta leyenda de luz: “Fe inquebrantable sólo es la que puede
encarar frente a frente a la razón, en todas las épocas de la Humanidad”. Por
eso es que el Espiritismo insiste en la necesidad del esclarecimiento permanente
de la razón para los problemas de la fe. Combatiendo el materialismo, con las propias
armas de este, a través de la observación y de la experimentación científica,
el Espiritismo combate, por otro lado, el religiosismo ciego, la aceptación
fanática de los principios religiosos. No combate ninguna religión, pero
combate el fanatismo religioso. Y en ese combate no usa jamás las armas de la impiedad,
porque sus armas son el esclarecimiento a través de la investigación, del
estudio y de la exposición de la verdad. Ayudar al hombre a equilibrarse en la
posición justa del espiritualismo esclarecido, para que el mundo sea mejor y más
bello, es la misión del Espiritismo en este periodo difícil de la evolución
terrena.
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