miércoles, 26 de agosto de 2020

ENTRE EL NEGATIVISMO Y LA SUPERSTICIÓN: EL EQUILIBRIO ESPIRITUAL DEL HOMBRE



Fragilidad de las posiciones extremas del espíritu — Fijación de la mente en el torbellino del mundo material o de las convenciones religiosas — La lucha espírita por el esclarecimiento espiritual del hombre.

La vida pierde su sentido, su significación, su razón de ser, cuando el hombre se aleja de la comprensión espiritual, buscando en el mundo material la única explicación de las cosas. El llamado hombre práctico de nuestros días, enteramente inmerso en los problemas inmediatos, funciona como una máquina. Está muy próximo a la concepción cartesiana de los animales: cuerpos en actividad mecánica, sin alma. Si en medio de ese funcionamiento inconsciente a que se entrega, alguna desgracia le ocurre, los horizontes se cerrarán a su alrededor. Ninguna perspectiva le restará. Es por eso que, en general, el hombre práctico, alcanzado por un golpe arrasador, recurre al suicidio.

Pero, si el materialismo de la vida práctica es peligroso, también lo es el materialismo teórico, intelectual, equivalente a una ceguera mental, que no permite al hombre divisar los contornos de la realidad. El materialista intelectual, que se apoya en una doctrina filosófica negativa, se siente fuerte para enfrentar el mundo mientras no le faltan las fuerzas físicas y los recursos materiales de la existencia. Una idea, como bien acentúa Annie Besant en su “Autobiografía”, lo sostiene en las duras luchas de la vida: la idea de la dignidad intrínseca del ser humano, que debe mantenerse digno por la propia dignidad, sin esperar cualquiera recompensa por eso. Pero, delante del desastre, del fracaso temporal, de una mutilación moral o física, esa idea será fácilmente eclipsada por otra: la nada.

Por otro lado, en el reverso de la medalla, la superstición del religiosismo común no es menos peligrosa que el materialismo. El hombre que cree sin indagar, sin comprender ni querer comprender, apegado a las creencias que le impusieron a través de la tradición, está sujeto a las mismas dolorosas sorpresas de aquel que no cree. La fe por la fe es tan insegura cuánto la dignidad por la dignidad, a que arriba aludimos. Tanto para una, como para otra, la mente humana exige una base racional. Fe ciega y dignidad ciega son frágiles como piezas de vidrio. Ambas pueden quebrarse con la mayor facilidad, ante los golpes de la vida. Porque en una cómo en otra el hombre está prendido a un punto de vista estrecho, sin la visión global del proceso de la vida, que le daría comprensión y coraje para enfrentar la lucha en cualquier circunstancia.

Ateísmo y superstición son los dos extremos peligrosos de la condición humana. Y tanto así, que ambos resbalan hacia las soluciones extremas, con la mayor facilidad, no solamente en el plano individual, sino también en el colectivo. Los crímenes del fanatismo religioso y del fanatismo materialista mancillan la historia humana. Porque tanto a la incredulidad absoluta como la superstición beata le faltan las luces del verdadero esclarecimiento espiritual, de la verdadera conexión del hombre con el sentido de la vida. El materialismo actúa como un imán, fijando la mente en el torbellino de la materia. La superstición fanática hace la misma cosa con los convencionalismos religiosos, en cuyo remolino de ceremonias y dogmas prende a la mente subyugada. De ahí las terribles contradicciones que señalan la historia de la religión, con los dramas crueles del fanatismo.

Fue por eso que Kardec inscribió, en “El Evangelio según el Espiritismo”, esta leyenda de luz: “Fe inquebrantable sólo es la que puede encarar frente a frente a la razón, en todas las épocas de la Humanidad”. Por eso es que el Espiritismo insiste en la necesidad del esclarecimiento permanente de la razón para los problemas de la fe. Combatiendo el materialismo, con las propias armas de este, a través de la observación y de la experimentación científica, el Espiritismo combate, por otro lado, el religiosismo ciego, la aceptación fanática de los principios religiosos. No combate ninguna religión, pero combate el fanatismo religioso. Y en ese combate no usa jamás las armas de la impiedad, porque sus armas son el esclarecimiento a través de la investigación, del estudio y de la exposición de la verdad. Ayudar al hombre a equilibrarse en la posición justa del espiritualismo esclarecido, para que el mundo sea mejor y más bello, es la misión del Espiritismo en este periodo difícil de la evolución terrena.

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