El joven había llegado de un viaje por URSS, Bulgaria, el
Congo, Calcuta y Paris. Hiciera una escala en Cuba para ver con sus ojos el
caso del racionamiento del azúcar. Lamentaba no haber podido asistir al
lanzamiento del Apolo-8, pero espera estar presente en el del Apolo-9, que al
final será más importante. A cierta altura no se contuvo y me preguntó, con un
brillo irónico en los ojos: “Después de todo lo que vi, le pregunto a usted,
¿qué vamos a hacer con los espíritus? No hay lugar para ellos. El mundo es de
los hombres de carne y hueso. Los muertos están enterrados”.
Los cuatro compañeros de la mesa soltaron una carcajada,
acompañada de burlas. Uno de ellos repitió: “¿Qué es lo que vamos a hacer con
los espíritus?” Reí también y respondí con otra pregunta: “¿Qué vamos a hacer
con la muerte?” La carcajada general casi me atontó. El muchacho cosmopolita
respondió: “Otra vez la muerte. ¡Problema solucionado: siete palmos de tierra o
el horno crematorio!”
Les recordé entonces: “Los rusos ya se tornaron campeones
en experiencias de telepatía; los americanos juzgan que la mente y el pensamiento
no son físicos, materiales; los ingleses (teoría de los psícons de Whatelly
Carrington, experiencias de Soal con voz directa; Harry Price y la sobrevivencia
de la mente después de la muerte del cuerpo, etc.) encaran científicamente el problema
de la sobrevivencia. Es más, los físicos de hoy, como afirma Rhine, ya no creen
en el exclusivismo de la fuerza y la materia, y para tal fin la tratan como
antimateria, antiátomo y hasta de antiuniverso”.
No era agua, si no gasolina en ebullición. Hicimos la gritería
y no fue posible decir una sola palabra más. Pero una cosa quedó bien clara:
todos aquellos jóvenes “modernos” (había dos “mayores”) no entendían nada de
las cuestiones que proponían. Aún el joven cosmopolita, que tanto viajara y
tanto viera, nada aprendiera de la verdadera situación cultural del momento. Jugaban
con “slogans”, con ideas hechas, con mucho deseo de hacer bulla y
principalmente de parecer diferentes. La orden era esa: dar contra los
“arcaicos”. Y yo, con mis espíritus, era seguramente el representante de la
clase renegada, de la generación obturada.
Cuando salimos de allí el muchacho cosmopolita me
acompañó. A solas pudimos conversar mejor. E él abrió los ojos espantado cuando
le dije: “Los espíritus son una de las fuerzas de la naturaleza. No son almas
del otro mundo. No están en el cielo en contemplación eterna, ni en el infierno
o por ahí, como ustedes dicen, endemoniando a los mortales. Los espíritus de
los muertos son criaturas humanas, como usted y yo, simplemente transferidas,
por la muerte, de un plano de la materia para otro. Nosotros los espíritas, no
andamos perturbando a esa gente del más allá, como ustedes piensa. Esa gente
está aquí mismo y el más allá aquí. Es gente que posee un cuerpo material, el periespíritu,
que los antiguos llamaban cuerpo espiritual. Gente que se interesa por nosotros
y que vive comunicándose con nosotros desde que el mundo es mundo”.
- “Si eso es así aún puedo pensar en la cosa”,
respondió pensativo. “Pero siempre me dijeron lo contrario. Que los espíritus
son almas del otro mundo, fantasmas, supersticiones y nada más. Y que vosotros,
los espíritas, viven enredados en esas ideas y dialogando con lo que no existe.
“Anduvo unos pasos en silencio y remató: “Si usted puede probarme que eso es
así, que yo puedo espiar a esa gente, soy capaz de cambiar de idea. Mire, si me
arregla una sesión de materialización, pero de las buenas, ¿sabe? soy capaz de
meterme en ese embrollo”.
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