La mediúmnidad dinámica no
permanece en éxtasis en el organismo del médium. No actúa de manera discreta y
sutil, como la mediúmnidad estática. Por el contrario, se desborda agitada en
fenómenos de captación y proyección, y no es raro que explote en procesos
obsesivos. Es la llamada mediúmnidad de servicio, destinada a la ayuda y al
socorro del prójimo. Deviene de los compromisos asumidos en el plano
espiritual, ya sea para auxiliar sin discriminación a los que necesitan de
ayuda y orientación, o para el rescate de deudas morales del pasado con
entidades necesitadas, cuyo estado inferior se debe, en parte o totalmente, a
las acciones del médium en vidas anteriores. El médium no disfruta sólo las
ventajas de la mediúmnidad generalizada, pues se ve investido de una misión
mediúmnica a que los Espíritus dieron el nombre de mediúmnato. La situación del
médium es bien diferente de la común. Él es continuamente solicitado para
atender a las entidades desencarnadas carentes de ayuda y elucidación. Si
rechaza su compromiso o intenta posponerlo queda sujeto a perturbaciones y
finalmente a la obsesión. El mediunato le fue concedido para reparar los
errores del pasado y recuperar a los espíritus que llevó a la perdición, a la
incredulidad e incluso a la rebeldía en vidas pasadas. No obstante, el
determinismo implícito en el mediunato, su libre arbitrio continúa intacto. Así
como escogió y pidió esa situación al volver a la encarnación, por su libre
voluntad, así también podrá ahora optar por el cumplimiento de la misión o por
su rechazo, luchando naturalmente con las consecuencias de la fuga del deber.
El mediunato es también concedido
en casos de pura asistencia al prójimo y ayuda a la Humanidad, como nos muestra
el ejemplo histórico de las niñas Boudin, Julia y Carolina, en París, cuya
mediúmnidad admirable garantizó el éxito de la misión de Kardec. Pero el mismo
Kardec no era médium, porque su misión era científica y no mediúmnica. Le
competía estudiar e investigar la mediúmnidad para desarrollar la incipiente
cultura terrena, revelando a los científicos la faz oculta de la
Naturaleza, la realidad desconocida del otro mundo que ellos no percibían y
cuando la percibían no la aceptaban. Las niñas Boudin, que contaban con sólo 14
y 16 años, fueron los instrumentos mediúmnicos de que él se sirvió para la
elaboración de la Doctrina. Interrogaba a los espíritus a través de
ellas, aceptaba o rechazaba lo que decían, discutía libremente con ellos y
observaba otros médiums, como la Srta. Jafet, Didier hijo, Camille
Flammarion, Victorien Sardou y muchos otros. No era un profeta, ni un vidente o
un Mesías: era un investigador incansable y exigente. La voluminosa, minuciosa
e inabalable obra que dejó, formaba un bloque compacto de más de veinte
volúmenes de cuatrocientas páginas y media, nos muestra porque él no podía
disponer de un mediunato. Tenía que dedicarse enteramente, como se dedicó hasta
el agotamiento, al trabajo intelectual. Es grandiosa la epopeya humilde de ese
hombre, investigador solitario de una ciencia que todos combatían y
ridiculizaban. Si no estaba investido de mediunato, disponía de la intuición en
alto grado, de un buen sentido que le permitió solidificar y estructurar la
doctrina en bases seguras y vencer fácilmente las más sofisticadas embestidas
de los intelectuales, de los sabios, de los ateos y materialistas, de las
academias e instituciones culturales, de las iglesias y de los teólogos,
mostrándoles con serenidad y claridad meridiana los errores temerarios en que
incidían. La mediúmnidad estática le permitía, en los últimos años de trabajo,
ser advertido directamente por los espíritus de lapsos ocurridos en sus
escritos, como se puede ver en sus anotaciones publicadas en Obras Póstumas. Si
los hombres no fuesen tan estúpidos como demostró Richet en L´Homme Stupide, le
habrían ahorrado a Kardec muchos sin sabores y muchas luchas que tuvo que sostener.
Para comprenderse mejor la razón por la cual Kardec no tuvo un mediunato, basta
recordar el caso de Swedenborg en Suecia y de Andrew Jakson Davis en los
Estados. El primero era uno de los mayores sabios del siglo XVIII, amigo de
Kant y fue un precursor del Espiritismo. Pero, dotado de extraordinaria
videncia, se perdió en sus propias visiones, fascinado por la realidad
invisible, y acabó creando una secta llena de absurdos. El segundo era también
vidente y lanzó una serie de libros en que lo fantástico supera las
posibilidades de la realidad. Kardec pudo realizar su trabajo con firmeza
porque no quiso ser más que el hombre, como decía Descartes, permaneciendo con
los pies en el suelo y examinando todas las manifestaciones espirituales con el
más riguroso criterio científico. Los fenómenos mediúmnicos son los más
difíciles de examinarse con frialdad. El médium no escapa a los impactos
emocionales de esas manifestaciones, como Kardec vio en el ejemplo de
Flammarion. Por otro lado, la condición de médium lo haría sospechoso a los
ojos desconfiados de los hombres de ciencia. Su posición firme en el campo
cultural y en las áreas de investigación, que le valieron la alabanza de Richet
y el respeto de Crookes, Zöllner y otros científicos concienzudos, y principalmente
su lógica poderosa lo libraron de los peligros que él mismo señalaba en lo
referente a la compleja y fascinante problemática del Espiritismo. Tenía que
hablar a los hombres como hombre, y así lo hizo, con el lenguaje humano de los
que buscan la verdad.
Aún en el medio espírita el
criterio de Kardec no fue suficientemente comprendido. Muchos censuraban su
mesura en tratar los asuntos difíciles de la época. No entienden el valor del
Libro de los Médiums y viven buscando novedades presentadas en obras mediúmnicas
sospechosas. No perciben que el problema mediúmnico sólo ahora puede ser
tratado científicamente con más desinhibición, gracias al avance de las
ciencias en los últimos años. Pocos entienden el criterio ejemplar de una obra
difícil como La Génesis y de un libro como El Evangelio Según el
Espiritismo, en que las cuestiones explosivas de la fe irracional y mitológica
tendrían que ser esquivadas. En las manos de un vidente esos libros no podrían
ser escritos con la claridad racional en que lo fueron, porque las visiones
místicas influirían en su elaboración. La videncia, como todas las formas de
mediúmnidad, puede ocurrir ocasionalmente a cualquier persona, pero su acción
permanente, en los casos de mediunato, puede bloquear la razón y excitar el misticismo.
En esos casos el místico está sujeto a engaños fatales. El espíritu encarnado
está condicionado a la vida del plano material, no disponiendo de seguridad
para lidiar con los problemas del plano espiritual. Pero la vanidad humana
lleva a los videntes a confiar en sus percepciones, pues eso los coloca por
encima de los otros. En el desdoblamiento, con fines de investigación en el
otro plano, ese problema se agrava, pues el desplazamiento del espíritu para un
campo de acción que no es el suyo, durante la encarnación, lo coloca en el
plano espiritual como un extranjero que necesitaría de tiempo para ajustarse a
él. Por eso Kardec prefirió el estudio y la investigación a través de las
manifestaciones mediúmnicas, donde es posible controlarse la legitimidad de las
informaciones dadas por los mismos habitantes del plano espiritual.
Richet levantó el problema del
condicionamiento de la videncia a la creencia del vidente. Frederic Myers
demostró que nuestra mente está condicionada para la interpretación de las
percepciones sensoriales. La conciencia supraliminal, donde funciona nuestra
mente de relación, está vuelta hacia las condiciones del mundo en que vivimos.
La conciencia subliminal, que equivale al inconsciente, se destina a funcionar
normalmente en la vida futura, o sea, en el plan espiritual. Kardec observó
todo eso con rigor, a través de investigaciones incesantes, en las
comunicaciones mediúmnicas de espíritus encarnados, como se puede ver en los
relatos de sus investigaciones publicados en la Revista Espírita. Los
mismos espíritus recién-desencarnados se refieren siempre a las dificultades
que enfrentan para adaptarse a las condiciones del mundo espiritual. Es pues,
una temeridad confiarse en la videncia para establecer nuevos principios o
sistemas de la práctica espírita. La videncia ayuda en las investigaciones,
pero no puede ser su único instrumento. Los videntes que se colocan en la
posición de conocedores absolutos del otro mundo, olvidándose de que su
equipamiento sensorial y mental pertenece a este mundo, y se presentan en la
condición de maestros y reformadores de la doctrina engañándose a sí mismos y
engañando a los demás.
Se puede alegar la existencia del
mediunato de la videncia. Pero ese mediunato jamás es concedido para las
aventuras de espíritus de vivos en el plano espiritual, porque eso sería
condenar el médium a una situación de dualidad peligrosa en la vida terrena. El
mediunato de la videncia existe, pero con el fin de ayudar a las
investigaciones o para demostraciones de la verdad espírita, pero nunca para la
creación de condiciones anómalas en el campo mediúmnico. Las propias obras
mediúmnicas, psicografiadas, que describen con exceso de minucias la vida en el
plano espiritual deben ser encaradas con reserva por los espíritas estudiosos.
Emmanuel explica, prefaciando un libro de André Luiz, que el autor espiritual
se sirve de figuras analógicas para explicar hechos y cosas que no podrían ser
explicados de manera fidedigna en nuestro lenguaje humano. Son peligrosas las
dos posiciones extremas: la de los que no aceptan esas obras como válidas y la
de los que pretenden sustituir por ellas las obras de Kardec. Los principios
de la Codificación no pueden ser alterados por la obra de un espíritu
aislado. La Codificación no es obra de la videncia, sino de una
investigación científica realizada por Kardec bajo orientación y vigilancia de
los Espíritus Superiores.
Estamos en una fase de rápidas
transformaciones de conceptos y valores, pero no debemos olvidar que los
conceptos y los valores del Espiritismo no se restringen al momento actual. Son
conceptos y valores destinados a nuestra preparación para el futuro, de modo
que no están prescritos.
De todo eso resulta un aumento de
la responsabilidad espírita para todos los que se dejan llevar por la
fascinación de las novedades. El Espiritismo es un campo de estudios difícil y
delicado, y que no podemos descuidar un sólo instante la brújula de la razón.
Al tratar de asuntos espíritas estamos actuando en un campo magnético en el que
combaten las fuerzas del bien y del mal. No siempre las sabemos distinguir con
seguridad y podemos dejarnos llevar por corrientes de pensamientos
desorientadores. La vanidad, la pretensión y el orgullo humano siempre vacío y
fácil de ser llevado por los vientos de la mistificación, el deseo liviano de
diferenciarnos de la mayoría y la ambición enferma y presuntuosa de fantasear
como maestros pueden llevarnos a traicionar la verdad. La obra de Kardec es la
brújula en que podemos confiar. Ella es la piedra de toque que podemos usar
para comparar la legitimidad o no de las piedras aparentemente preciosas que
los explotadores de novedades nos quieren vender. Esa obra reposa en la
experiencia de Kardec y en la sabiduría del Espíritu de la
Verdad. Si no confiamos en ella es mejor que abandonemos el
Espiritismo. No hay maestros espirituales en la Tierra en esta hora
de pruebas, que es semejante a la hora de exámenes en una escuela del mundo.
Jesús podría respondernos, delante de nuestra búsqueda comodista de nuevos
maestros, como Abraham respondió al rico de la parábola: “¿Porque yo debería
mandaros nuevos maestros, si tenéis con vosotros la Codificación y
los Evangelios?”.
La mediúmnidad dinámica del
mediunato exige nuestro esfuerzo continuo en la lucha hacia la sustentación de
la verdad espírita en el mundo. Pero nadie se esquiva sin graves consecuencias
al deber de la vigilancia. Los espíritus mistificadores cuentan sólo con dos
puntos de apoyo para envolvernos: la vanidad y la invigilancia. Es más fácil
para ellos aproximarse a nosotros y conquistar nuestra atención, que los
espíritus esclarecidos nos socorran con sus intuiciones ponderadas. Estamos en
un mundo de pruebas y de expiaciones, somos espíritus en evolución, y la
mayoría reincidentes de encarnaciones fracasadas. Nuestro libre albedrío no
puede ser violado, pero cuando aceptamos las mistificaciones de pretendidos
reformadores usamos el libre arbitrio en la elección infeliz que hacemos. Este
es un punto importante de la doctrina en que debemos pensar incesantemente.
Nuestra responsabilidad en lo tocante al mediunato no nos permite liviandad
alguna que no tenga un precio a pagar en el presente o en el futuro. En un ambiente
mediúmnico dominado por el deseo de novedades y por la expectativa de lo
maravilloso, estamos sujetos siempre a embriagarnos con el vino de las
ilusiones. El principal deber de los médiums se resume en dos palabras:
fidelidad y vigilancia. Si no fuéramos fieles a la doctrina y no estamos
siempre vigilantes a las celadas de las tinieblas, estaremos sujetos a
continuar el camino de los falsos profetas de la Tierra y de la
erraticidad, que el ciego de la parábola llevará al barranco para caer con él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario